domingo, 14 de octubre de 2007

Exposición MATT LAMB. Sitges











MATT LAMB, RASGOS PROPIOS DE UN ARTISTA AMERICANO EN BARCELONA 

Matt Lamb nació en Chicago el año 1932. Los años siguientes, en su ciudad natal, fueron más bien inseguros y en fuerte y dura competencia con otras ciudades, en aquellos momentos con más empuje, como Nueva York o las de la Costa del Pacífico. Por eso la vida en la ciudad de los lagos era percibida, des de la existencia cotidiana y des de su anterior esplendor, tal vez como aun más intensa y más dramática. Vivir allí era un enfrentarse constantemente con el sentido de la existencia y de la busca de una razón para la subsistencia.

A Matt Lamb el entorno humano se le convirtió en su primera y propia realidad y empezó a pintar no porque hubiese aprendido unas lecciones que se lo permitieran sino porque la pintura era el vehículo más idóneo para expresarse, para exteriorizar su intimidad.

Pero, ¿cuál podía ser esa intimidad que sentía la necesidad de exteriorizarse? Pues aquella misma que le constituía por haber nacido en aquellas tierras, por el modo de subsistencia que su entorno familiar se había buscado, y porque la sociedad en la que vivía solo aceptaba personas hechas según un molde adaptado y estructurado de antemano, puesto que aquella sociedad no quería saber nada de la gente sin ribetes, amorfa, nada de los marginales, que implacablemente empujaba hacia su periferia.

La pintura, mucho más que la escritura, es un lenguaje directo que permite la expresión inmediata; quien pinta no necesita subterfugios para comunicarse. Solo debe coger los colores y lanzarlos a su derredor; caigan como caigan serán la expresión de la voluntad que se ha servido de ellos para provocar aquella dispersión, y quien encuentre aquellos colores dispersos y extendidos por su entorno, inmediatamente adivinará que hay alguien que así lo ha provocado y dispuesto, porque nada tiene una forma, o una presencia, que no provenga de una intención y de una voluntad expresa. Esto es así porque en nuestra gestualidad hay la expresión más directa y más inequívoca de nuestra manera de ser. Esto no se alcanza con las palabras, que provienen de un consenso que solo socialmente es inteligible. Lo más cercano a eso, para aquellos que no conocen el vehículo convencional de entendimiento mediante palabras, son el balbuceo y los gemidos. Con la pintura, sea cual fuere y, obvio, con cualquier embadurnamiento de una pared - los célebres murales de todas las ciudades dan testimonio de ello – todo el mundo puede expresarse; no en vano dijo el poeta: escrito en la pared con yeso. Con palabras, no, pero sí con el grito y los gemidos todo el mundo se entere de que hay alguien que proclama algo.

Matt Lamb, por su propia persona y por su propia circunstancia fue a parar a la pintura. Nada extemporáneo resultaba ello por aquel entonces; por los años mismos en los que llevaba a cabo su aprendizaje pictórico expresivo en Chicago, en otras ciudades del país y con inquietudes expresivas similares, Jackson Pollock - empujado por sentimientos, obsesiones y necesidades vitales, por motivaciones de una psique perturbada emocionalmente y socialmente, y por unas inquietudes ineludibles de raíz afectiva e intelectual - había optado por un sistema expresivo que consiste en borronear sobre un muro, un papel o una tela, todo lo que, porque se siente como provocación, como deber imperativo, se debe plasmar en una superficie visible. Pollock ofrecía la tela como la declaración de un manifiesto, tal vez circunstancial pero totalmente real, verídico y sincero.

Esta manera de hacer es obvio que no era propia ni exclusiva de Pollock; otros artistas dentro de aquel contexto también así lo hacían: cada uno según su temperamento o el sentir e intención de su discurso plástico. A partir de un momento dado aquella forma expresiva, que desde entonces se la aceptó ya como de arte, se la designó como informalismo, arte otro y, en los Estados Unidos, expresionismo abstracto. Por lo que ya se lleva indicado, esa manera de pintar no se puede tachar de amorfismo informal; en cambio sí que es correcto designarle como arte otro o como expresionismo abstracto, porque esa es su forma de manifestarse. Lamb lo adoptó a partir de los años cuarenta. Había encontrado la propia manera de exteriorizarse a sí mismo y proclamar su discurso, comunicar a los demás aquello de lo que él creía debía hacerles partícipes.

Lamb, como Van Gogh, había entrevisto en el arte una dimensión predicadora; veía en la pintura el medio más idóneo para anunciar la atención al prójimo, el ser solidario sin ofender al otro, lo que no se alcanza con la palabra, que acostumbra a marcar distanciamiento cuando se trata de explicar lo que nos rodea. Con la pintura no hay fronteras, todo el mundo entiende lo que ve y lo entiende directamente, sin intermediarios. En la pintura no hay el recelo que a veces puede parecer se amaga bajo la palabra.

Forma y contenido en la obra de Lamb.
Esta es la pintura de Lamb; está ahí, presente, al alcance de los que a ella se acerquen. Es así como él siente la pintura. Por eso, para que ello sea un hecho y su circunstancia personal quede comprometida, desde los primeros años setenta se dedica a pintar. Encuentra en su entorno inmediato las coloreadas y psíquicamente libres pinturas de los indios americanos, a las que desde la abstracción y del expresionismo plástico se ha vuelto a prestar interés. Hay también los precedentes murales del arte mexicano, cuya justificación es la expresividad impulsiva de cada creador; pintura que quiere mostrar lo que ha de oír el espíritu de las gentes que se encuentran vagantes en el seno de una sociedad que aunque predica la moral social y personal no actúa en consecuencia. En el ambiente creador de formas, pero también para la captación de la vida real de la sociedad, hay un principio que antes de ahora no actuaba tan directamente sobre las maneras de ser, pero que ahora condiciona y coordina casi toda gesticulación y comportamiento personal: es el surrealismo, aquel fundamento que sabemos que nos constituye y que siempre pone de manifiesto, en toda acción social y personal, las motivaciones libres y sinceras que configuran nuestra personalidad. Los artistas, más que nadie, son afectados por este factor que establece la línea de nuestra conducta y de su expresión. Esto motiva que tanto para ellos como para cualquier otra persona, cuando nos mostramos a través de nuestra conducta espontánea, ésta no sea una ilustración de lo que hemos aprendido sino que manifiesta la simple expresión de lo que sentimos, de lo que nos parece son los hechos y las cosas.

En la pintura, el expresionismo abstracto sigue esa vía; ese surgir de dentro corresponde a una intensa premeditación seguida de una rápida ejecución. Lamb, que sigue por esos vericuetos veinticinco años después de Pollock y de Ashile Gorky, reduce el primer condicionante de la intensa premeditación a un procedimiento, designado dip (significa "inmersión" y consiste en una suspensión grumosa de color líquido y materias sólidas), establecido por el artista y que cabe entender como un rito iniciático para hacer propicias las trascendencias para un proceso inicial de la creación pictórica, situación llena de imponderables gestuales y materiales que, mediante el dip, se convertirán en el soporte de la expresión plástica de una visión reflexiva posterior, cuando el artista retome los magmas de confusa mezcla espontánea de materias inertes, convertidas en vivas por el hecho mismo de aquella interventora humana impulsiva. Todos aquellos complejos magmáticos ya consagrados pasarán a ser obras plásticas que reflejarán lo que inicialmente fueron actitudes, reflexiones y reacciones viscerales y morales.

De todas maneras en el dip están incluidos muchos de los procedimientos de que se han servido los artistas norteamericanos para convertir en real, según un hacer propio y personal, el arte del siglo XX. El más típico y característico es el dripping (la pintura, las materias, puesto que son dispuestas sobre el plano plástico de una manera compulsiva, escapan por todas partes); consecuencia de ello y por trabajar sin un concepto previo de composición, el all over es el otro rasgo (la pintura se expande por la superficie plástica sin limites ni fronteras que puedan determinar una composición). El tercer rasgo característico es el hard edge (unas líneas firmes, seguras, tajantes, delimitan y encierran, por imperativo del mensaje, los magmas pictóricos). Sin embargo, las pinturas de Lamb no son ni minimalistas (en el espacio plástico no hay nada más que lo que se ve) ni conceptuales (lo que plásticamente hay presente es una idea, un signo, o una parte del mismo); Lamb no sigue esas maneras de hacer porque su obra va muy cargada de dimensión predicativa, moralmente sancionadora e intención ejemplar, puesto que esos son los impulsos de su creatividad plástica. En su obra no hay motivaciones estrictamente estéticas, aunque tampoco las descuida ni margina.

No obstante, es curioso: esas obras tan compulsivas se emplazan al margen del tiempo, aunque quizás sea este factor uno de los rasgos de su cualidad pictórica mural y predicadora, puesto que el tiempo está allí plasmado en la dinámica del gesto y en la de su expansión por el espacio, ello al margen de todo tiempo cronológico. El automatismo y el paroxismo en estrecha fusión son los condicionantes directos de la obra.

El arte – toda la abstracción expresionista es muy consciente de ello – no es reflexión (eso sería ciencia o filosofía) sino plasmación del goce y de la alegría de vivir, de la agitación del movimiento y de todas las energías e impulsos que conmuevan a un ser vivo. Lamb lo sabe, lo ve alrededor suyo: en las formas de la naturaleza y de las cosas hay las actitudes de los hombres que las ven, que las hacen suyas, adaptándolas, modificándolas o aceptándolas tal cual se manifiestan. Es esa proyección sentimental de los otros, pero que también es la suya, lo que él siente necesidad de plasmar en sus obras. Para Lamb la expresión artística no pide esbozos ni planteamientos previos, porque todo lo que se tenga que expresar ya está formulado dentro de cada individuo creador y, puesto que se trata de una expresión plástica, solo es necesario realizarla. Ese es uno de los rasgos distintivos del arte contemporáneo y el que convierte sus obras en páginas espirituales, tanto de la percepción del artista como para una orientación del observador para que capte y se entienda a sí mismo. Es por ello que para Lamb la abstracción estricta no tiene sentido y lo que busca es la forma que expresa, que, a menudo, esa forma expresiva recoge vestigios de diferentes formas de sentir y de explicarse la propia historia, puesto que los humanos somos individuos insertos dentro de un grupo social que arrastra una difícil trayectoria, casi imborrable y siempre persistente. El arte recoge y plasma la totalidad de esa dimensión.

Si la profundidad del alma se midiera con las palabras que uno posee, mediante las cuales uno es capaz de expresarla, quizá la profundidad del alma también se podría medir por la cantidad de colores, en todas sus gamas y variantes, que uno es capaz de captar y, en consecuencia, la profundidad del alma del artista sería su expresión cromática, de la que no estaría alejado la capacidad para el dibujo.

Recuperación de una simbólica base.
Hasta aquí todo eran condicionantes sociales, territoriales y de educación; a partir de este momento todo lo que manifestemos es nuestra propia manera de ser y lo resolvemos según creemos sea lo más adecuado, o lo que nos place porque nos identificamos con ello.

La gestualidad, condicionada de base por el dip y tratada sucesivamente por una actitud que toma en consideración lo que creemos o lo que pensamos con relación a nuestro entorno de los deseos que experimentamos y que quisiéramos ver realizados, esta gestualidad acaba ordenando las manchas y los magmas que hemos plasmado en los espacios plásticos.

Una de las intencionalidades básicas de Lamb no es la de plasmar un mundo ingenuo, hasta cierto punto irónico, mundo en el que todo sería gracioso y poético, sino que la intencionalidad de Lamb sería la de restablecer en torno a nosotros la pureza de las bienaventuranzas evangélicas, que son las del Evangelio pero que también pertenecen a todos los pueblos.

En este sentido, pero en lenguaje pictórico moderno, Lamb se instala dentro de la línea de los pintores moralistas como El Bosco, Brueghel, Patinir o, más reciente, Gustave Moreau, en donde cada uno desarrolla una iconografía nacida de su imaginario personal, formalismo que no está alejado de una ética trascendente censuradora de los comportamientos y de las maneras de actuar de los humanos; mundo también representado por William Blake, creador de nuevas imágenes que el artista quiere que nos hagan sentir con profundidad la dimensión de una vida que no hemos sabido estructurar, pero de la que al artista le asiste el derecho de ensayar estructurarla. Este tipo de artista no se puede considerar similar al de los elaboradores de formes actualmente conocidos como outsiders, porque a diferencia de otros creadores los outsiders se encuentran bien acomodados e instalados en este mundo nuestro, que pretenden es convertirlo en agradable y mostrárnoslo útil. La obra de Lamb no va por este camino; ante los ensayos vitales fallidos, por medio de la pintura nos ofrece experimentar el dolor y la furia interiores para que ningún sufrimiento sea inútil ni deje de tener sentido.

Reconociendo toda la fuerza que la obra de Lamb tiene en tanto que pintura del espíritu contemporáneo (las bases del surrealismo y los impulsos del expresionismo abstracto están ahí presentes y constituyen su raíz), obra que además admite la estricta consideración aislada de un puro formalismo creativo, esa obra no impide, no obstante, que toda ella ofrezca una dimensión religiosa. Podemos hallar en sus colores y en sus embolismos lineales y cromáticos la presencia inmediata de todos los aspectos del alma, sus profundidades, angustias, inquietudes; se trata de una obra radicalmente animista. Cada lienzo plantea una cuestión comunicativa, provoca que uno quiera atrapar su sentido. Mirándolas, se percibe inmediatamente que hay alguien que nos dice algo y que tal como nos lo dice es ya entendible. No se trata, pues, de símbolos sino de expresiones directas, las inmediatas internas del diálogo y de los sentimientos del alma de cada cual.

Para que todo ello sea evidente, Lamb recurre a la totalidad escenográfica del Evangelio y, en especial, nos transmite los pasajes más esperanzadores, con las anunciaciones, las epifanías, los encuentros y, cuando plasma las escenas de la crucifixión, el Jesús que nos ofrece es el de la alegría de la resurrección, un Jesús en aleluya, un Cristo bailarín, acogedor; todo ello sin negar que estén allí presentes los colores del sufrimiento, de las agonías, pero trascendidos.

La obra de Matt Lamb se ha convertido en una obra de acompañamiento moral, como lo buscan y quieren tantos artistas; los colores lo facilitan, las iconografías nos invitan a ello. Las obras de este artista son para recorrerlas con los ojos, primero, inmediatamente después verlas desde el pensamiento y, finalmente, buscar su compañía, porque todos estamos necesitados de una revaloración existencial. 

Texto: Arnau Puig, filósofo y crítico de arte.